Freedom of information, afuera

It’s easy to laugh at freedom of information restrictions that seem tailor-made to avoid awkward questions about Milei’s dogs — but the threat is real

Buenos Aires Herald editorial (versión en español a continuación)

On Monday morning, journalists and freedom of speech advocates were horrified to discover that an item had been published in the Official Gazette establishing that certain topics were off limits to freedom of information requests. 

Argentina’s current Public Information Law was passed in 2017 by then-President Mauricio Macri after the bill had been approved by both chambers of Congress. The decree issued by President Javier Milei changes seven articles of that law. The motive: preventing people from asking the president about the sensitive subject of how many dogs he has. The leader apparently still struggles to accept that his beloved Conan is no longer on this mortal coil, and there have been ambiguities about the fate of his clones, named after economists.

It’s worth remembering that the Treasury Prosecutor had already ruled back in July that Milei’s dogs were off-limits to public enquiry.

Freedom of information advocates were quick to highlight that we can’t laugh this off by reducing it to the president’s canine complex.

The original law assumes that all information created by people, companies and agencies obligated to disclose documents when requested is public — from Congress to trusts set up with partial state funding, the Council of Magistrates to companies in which the state is a stakeholder, everything is considered of public interest and thus falls under the Public Information Law purview. 

This week’s decree would change that, with experts agreeing that the most troubling modifications are changes to the definition of what constitutes “public information” and the term “document.”

The government is trying to establish that “private information” generated by “private actors” is now off limits as well as “information that does not compromise the public interest.” However, as the original letter of the law alludes to, citizens have the right to know about non-state actors who are using state resources. Moving away from the premise that their activity is public is concerning when it comes to this government’s interest in transparency. 

The other main target was the exact definition of what a “document” is. The 2017 law defined them as all records by those people and entities under the law’s purview. Now, Milei administration contends that’s only valid for information related to “state activity.” They also added that “preliminary deliberations and paperwork, as well as preliminary examinations of an issue, are not considered public documents.”  

That wording restricts what we can ask about the process that went into creating major legal documents — the draft of a bill created by private interest groups would usually be subject to public information requests. However, with these modifications, that insight into how certain legislation was made would be gone. This comes just months after we found out that a lot of sections of the president’s flagship Ley Bases had been written by private law firms representing companies with interests in what was being legislated.

As long as they can argue someone is technically from the private sector or certain information doesn’t undermine the public interest, that’s enough to rebuff a request.

There are also questions regarding the actual legality of the move. Per Article 28 of the Argentine Constitution, a presidential decree can establish how a law will be enforced, but cannot change its contents. By restricting the reach of the 2017 law, the decree is violating the original spirit of the law. 

Whereas lawmakers in Congress set ample limits to what constituted public information, the government now intends to set boundaries guided by what they say is an interest in protecting government officials’ privacy without ever establishing a clear definition of what that entails. 

Poder Ciudadano, a non-profit organization devoted to defending civil rights, stated that “no decree can restrict information access beyond what a democratically sanctioned law by Congress has already established.”

The same goes for stipulating that only “state activity” documents are admissible. A clear restriction of the 2017 writing, that included “all records” independently of when or why they were created, insofar as they were made by people with government responsibilities. 

This also seems to imply that there is a clear line marking where said activity begins and ends. This could be a valid point of discussion, except that nowhere does the government offer clear guidelines establishing where that boundary lies, adding unnecessary ambiguity that only muddle things even more. 

As it was, freedom of information requests were almost always a game of negotiation and expectation management. A key tool for citizens, it was never a hack giving unlimited access to government information. There are exceptions, waiting times, finaegling and you usually need to have a very good idea of what you’re looking for to word the request just right. Putting more hurdles in the process and restricts the public’s access to the government’s movements — anybody can file a freedom of information request, not just journalists.

As with many policies under this administration, the trigger may be inane and the implementation clumsy, but the consequences are still dire.

La libertad de información, afuera

Es fácil reírse de límites en el acceso a la información pública que parecen diseñados para evitar preguntas incómodas sobre los perros de Milei. Pero se trata de una amenaza real. 

El lunes por la mañana, periodistas y militantes por la libertad de expresión descubrieron con horror que se había publicado en el Boletín Oficial un artículo que establecía que ciertos temas se encontraban fuera del alcance de los pedidos de información pública.

La actual Ley de Información Pública de Argentina fue reglamentada en 2017 por el entonces presidente Mauricio Macri después de que el proyecto de ley fuera aprobado por ambas cámaras del Congreso. El decreto del presidente Javier Milei modifica siete artículos de esa ley. El motivo: impedir que la gente le pregunte al presidente sobre el sensible tema de cuántos perros tiene. Al parecer, al líder libertario todavía le cuesta aceptar que su amado Conan ya no está en este mundo, y el destino de sus clones, que tienen nombres de economistas, es un asunto lleno de ambigüedades. 

Vale la pena recordar que el Procurador del Tesoro ya había dictaminado en julio que los perros de Milei estaban fuera del alcance de la investigación pública.

Los defensores de la libertad de información rápidamente señalaron que no podemos reírnos de esto reduciéndolo al complejo canino del presidente.

La ley original presupone que toda información creada por personas, empresas y organismos obligados a divulgar documentos cuando se les solicita es pública. Desde el Congreso hasta los fideicomisos creados con financiación estatal parcial, el Consejo de la Magistratura y las empresas en las que el Estado es accionista, todo se considera de interés público y, por lo tanto, cae dentro del ámbito de aplicación de la Ley de Información Pública.

El decreto de esta semana cambiaría eso, y los expertos coinciden en que las modificaciones más preocupantes son los cambios en la definición de lo que constituye “información pública” y el término “documento”.

El gobierno está tratando de establecer que la “información privada” generada por “actores privados” ahora está fuera del alcance, así como la “información que no compromete el interés público”. Sin embargo, la letra original de la ley establece que los ciudadanos tienen derecho a saber sobre los actores no estatales que están utilizando recursos estatales. Alejarse de la premisa de que su actividad es pública es preocupante en lo que respecta al interés de este gobierno en la transparencia.

El otro objetivo principal era la definición exacta de lo que es un “documento”. La ley de 2017 los definía como todos los registros de aquellas personas y entidades bajo el ámbito de aplicación de la ley. Ahora, la administración de Milei sostiene que eso solo es válido para la información relacionada con la “actividad estatal”. También agregó que “las deliberaciones y trámites preliminares, así como los exámenes preliminares de un asunto, no se consideran documentos públicos”.

Esa redacción restringe lo que podemos preguntar sobre el proceso para crear documentos legales importantes: el borrador de un proyecto de ley creado por grupos de interés privados normalmente estaría sujeto a solicitudes de información pública. Sin embargo, con estas modificaciones, esa información sobre cómo se hizo cierta legislación desaparecería. Esto ocurre solo unos meses después de que descubrimos que muchas secciones de la emblemática Ley Bases del presidente habían sido escritas por estudios de abogados privados que representaban a empresas con intereses en lo que se estaba legislando.

Para rechazar una solicitud, entonces, sería suficiente argumentar que alguien es técnicamente del sector privado o que cierta información no socava el interés público.

También hay dudas sobre la legalidad real de la medida. Según el artículo 28 de la Constitución argentina, un decreto presidencial puede establecer cómo se aplicará una ley, pero no puede cambiar su contenido. Al restringir el alcance de la ley de 2017, el decreto viola el espíritu original de la ley.

Mientras que los legisladores del Congreso establecieron amplios límites a lo que constituye información pública, el gobierno ahora pretende establecer límites guiados por lo que, dicen, es un interés en proteger la privacidad de los funcionarios del gobierno, pero sin dar nunca una definición clara de lo que eso implica.

Poder Ciudadano, una organización sin fines de lucro dedicada a la defensa de los derechos civiles, afirmó que “ningún decreto puede restringir el acceso a la información más allá de lo que una ley democráticamente sancionada por el Congreso ya ha establecido”.

Lo mismo ocurre con la estipulación de que solo son admisibles los documentos de “actividad estatal”. Una clara restricción al texto de 2017, que incluía “todos los registros” independientemente de cuándo o por qué fueron creados, en la medida en que fueron hechos por personas con responsabilidades gubernamentales.

Esto también parece implicar que existe una línea clara que marca dónde comienza y dónde termina dicha actividad. Este podría ser un punto válido de discusión, excepto que en ningún lado el gobierno ofrece pautas claras que establezcan dónde está ese límite, lo que agrega una ambigüedad innecesaria que solo complica las cosas aún más.

Hasta ahora, las solicitudes de libertad de información casi siempre eran un juego de negociación y gestión de expectativas. Una herramienta clave para los ciudadanos, pero nunca un truco que diera acceso ilimitado a la información del gobierno. Hay excepciones, tiempos de espera, regateos y, por lo general, es necesario tener una muy buena idea de lo que se busca para redactar la solicitud de la manera correcta. Poner más obstáculos en el proceso restringe el acceso del público a los movimientos del gobierno: cualquiera puede presentar un pedido de información pública, no solo los periodistas.

Como sucede con muchas políticas de este gobierno, el detonante puede ser una tontería y la implementación torpe, pero las consecuencias son igual de nefastas

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